Nada une más en política que tener un rival común. Y si en lugar de uno se tienen dos, los arrumacos furtivos hasta pueden derivar en planes bastante más formales. Algo así está pasando entre los socialistas de Jaume Collboni y Esquerra Republicana en el Ayuntamiento de Barcelona. Pese a ser competidores en las elecciones catalanas del 12 de mayo, en el consistorio barcelonés tienen en los comunes de Ada Colau y en el grupo de Junts que capitanea Xavier Trias, los rivales compartidos a batir. De ahí los escarceos de los últimos meses entre un Collboni que necesita apoyos para su débil mayoría y una Esquerra que quedó muy diezmada de poder municipal en las elecciones del año pasado.

El alcalde no solo necesita ampliar apoyos, también quiere deshacerse de la sombra de Ada Colau, la exalcaldesa que perdió claramente las elecciones pero que sigue ejerciendo un magnetismo innegable en muchos sectores progresistas de la ciudad. En el caso de Esquerra también necesitan marcar distancias con los comunes, partido que —en una arriesgada y para muchos incomprensible maniobra— les tumbó los presupuestos en el Parlament. Y si en la operación de acercarse al PSC de Barcelona logran desactivar también la oposición de Junts, primer grupo del consistorio, pues mejor que mejor.

Con estos mimbres, el pacto de gobierno entre socialistas y republicanos se da por descontado en el Ayuntamiento de Barcelona. La incógnita son los tiempos. A Pere Aragonès no le conviene ahora aparecer en otra fotografía con los socialistas, especialmente con un reaparecido Carles Puigdemont que promete a sus fieles un nuevo paraíso de ortodoxia independentista como si él no hubiera pactado con los socialistas todo lo que le ha convenido. ERC, además, no se ha caracterizado por saber sacar rédito electoral de sus acuerdos con los socialistas. Por todo ello, el pacto tendrá que esperar unas semanas más en el congelador.

Pero que este pacto esté ya cocinado no implica necesariamente que tenga que repetirse en la Generalitat después del 12 de mayo. Esquerra Republicana ha asegurado que no hará presidente al socialista Salvador Illa con el argumento de que, pese a su múltiples y recientes acuerdos, tienen “modelos de país diferentes”. Claro que tampoco votaron a Collboni como alcalde y ahora están impacientes por gobernar con él. Lo mismo que ocurrió en el gobierno de la Diputación de Barcelona, al que no votaron, pero acabaron por incorporarse.

La política catalana, con tres partidos con posibilidades de victoria, pero sin que ninguno consiga ser hegemónico, obliga a pactos extraños en los que los socialistas llevan las de ganar por su firme apuesta de ocupar un espacio central. Hasta ahora, el electorado les ha sonreído cuando, en su decisión de pactar a izquierda y derecha, han ganado cuotas de poder. En Barcelona han apostado por Esquerra Republicana. Pero en la Generalitat, con el procés amortizado y con un Salvador Illa más centrista que socialista, nadie debería descartar otras mayorías.

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