Las elecciones catalanas nunca son neutras, pero desde 2017 no habían sido tan decisivas para la política española. No solo está en juego la legislatura de Pedro Sánchez, según coinciden varios dirigentes consultados al máximo nivel no solo del Gobierno, del PSOE y Sumar, sino también de los independentistas o del PP. También se juzga una parte de la historia reciente de España. Y el resultado puede ser definitivo. Ya no es solo una prueba de fuego, otra más, para un Ejecutivo de coalición acostumbrado a una mala salud de hierro. Es el test más claro que contrastará los efectos de la política de los Gobiernos del PP y del PSOE en Cataluña en los últimos 20 años.

Si los independentistas no suman y Salvador Illa gana con comodidad e incluso puede aspirar a gobernar, “será la confirmación definitiva de que la política de Sánchez era la correcta y la de Rajoy la equivocada, porque con el “no a todo” del PP subió el independentismo y con la negociación del PSOE con los independentistas bajan a mínimos históricos”, resume un dirigente socialista. Pero si suman los independentistas —la mayoría de las encuestas apunta que no llegan a los 68, pero no están muy lejos— y existe la posibilidad de que Carles Puigdemont llegue a ser elegido president, el fracaso de Sánchez habrá sido también muy relevante. “Sería un escenario terrible. Trabajamos todos los días para que eso no suceda”, señala otro dirigente socialista. El propio presidente se ha volcado más que nunca en la campaña, la semana pasada la pasó casi entera en Cataluña, y esta tiene previsto volver jueves y viernes para dar el empujón final con Illa y José Luis Rodríguez Zapatero, muy activo también.

En el PSOE hay mucha confianza en que Illa gane con comodidad, pero nadie se llama a engaño: “hay dos elecciones diferentes. Una es la del primer puesto, que ganará Illa y será un gran éxito, pero la otra es casi más importante, y es la de que no sumen los independentistas. Si logramos eso, ya pueden decir lo que quieran de que la legislatura entra en crisis, algo que está por ver, pero habremos hecho un salto histórico y ni siquiera el PP podrá negarlo”, sentencia otra persona relevante del Gobierno.

Dentro del Ejecutivo todas las conversaciones conducen irremediablemente a Cataluña. Después del amago de dimisión de Sánchez, todo su equipo está trabajando para intentar encarrilar la legislatura y llenarla de contenido. Sumar presiona también para arrancar cuanto antes con las grandes medidas pactadas. Ha habido muchas conversaciones estos días para plantear agendas ambiciosas. Hay equipos también trabajando en el plan de regeneración democrática que apuntó Sánchez sin detalles. Otros pensando en soluciones jurídicas por si el PP mantiene el bloqueo del CGPJ. Hay muchas medidas sociales en cartera. Y unos Presupuestos también diseñados para empezar a negociar. Todo está listo para arrancar en serio después de las europeas, que volverán a parar la política. Pero para eso, es imprescindible que el resultado catalán sea bueno para el Gobierno. Y eso, en este momento, según el análisis más extendido, pasa por lograr que los independentistas no sumen mayoría.

En cualquier caso, en La Moncloa insisten en que por mucho que la oposición e incluso los independentistas se empeñen, no está en riesgo la cabeza de Sánchez en estas elecciones. “Solo hay una cosa más difícil que montar la investidura de Sánchez. Desmontarla”, repiten como un mantra en el entorno del presidente. No hay posibilidad de moción censura —Junts tendría que unir sus votos al PP y Vox— y ninguno de los protagonistas de la mayoría tiene interés en ser visto como el responsable de una llegada de un Gobierno PP-Vox. Así que las elecciones catalanas, según la visión del equipo del presidente, pueden complicar la legislatura —ya no era sencilla— pero no tumbarla. Los independentistas consultados, por el contrario, creen que todo está en el aire porque ellos toman las decisiones en Madrid en función de lo que pasa en Cataluña.

Toda la política española vive, pues, pendiente de Cataluña, consciente de que unas pequeñas variaciones de diputados, que pueden moverse por unos miles de votos porque no se espera una participación muy alta, alteran por completo un relato que trasciende ampliamente a la comunidad y que marca la gran batalla política del PSOE y el PP en los últimos años, que gira alrededor de la respuesta política y judicial al procés.

Los populares no tienen un gran protagonismo en estas elecciones, y se conforman con reconstruir su espacio político, reventado en esta comunidad hasta la irrelevancia después del procés. El PP se comerá entero a Ciudadanos y aspira a arañarle algo a Vox. No tiene ninguna posibilidad de ser decisivo, pero Alberto Núñez Feijóo tratará de rematar el sorpasso a Vox y volver a unas posiciones discretas en Cataluña, alrededor de 12-14 escaños, y no ridículas, como los tres que sacó el PP en las últimas elecciones, con Pablo Casado al frente del partido. Las desastrosas catalanas de hecho dejaron muy debilitado a Casado, que intentó salvarse anunciando que vendería la sede de la calle Génova. Ahora Feijóo trata de rearmarse en esta comunidad clave para construir un proyecto que le haga competitivo en las generales en Cataluña, algo imprescindible para vencer a Sánchez, como se vio el 23-J.

En el ambiente del máximo nivel de poder de la política española no se apuesta tanto como en Cataluña por la repetición electoral. Será muy difícil hacer un Gobierno, admiten varios de los consultados, pero los que salgan más debilitados, que serán los que tengan que tomar la decisión —las encuestas indican que ERC podría ser el más perjudicado— no tendrán ningún incentivo para ir a otras elecciones que podrían ser aún peores, analizan varios dirigentes. Todo está muy abierto. Pero lo único seguro es que el domingo no se vota solo el reparto del poder en Cataluña. Se vota el relato de buena parte de la historia reciente de España y también cómo sigue una legislatura que no terminará de arrancar hasta que las piezas catalanas no estén todas colocadas.

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