El Barcelona ha encontrado argumentos de sobra para justificar su derrota en el clásico del domingo en el Bernabéu. Aunque el equipo de Ancelotti pareció jugar con una cierta condescendencia, la distancia fue mínima en el marcador, motivo suficiente para debatir sobre los detalles del partido y para chequear tanto la actuación del árbitro como la del VAR. Las decisiones dudosas se decantaron a favor del Madrid o en contra el Barça. Ninguna provocó en cualquier caso tanto debate como la del gol fantasma de Lamine Yamal a la salida de un córner botado por Raphinha.

La ausencia de un chip que certificara si la pelota superó o no la línea del gol, un aparato habitual en la mayoría de torneos europeos, alimenta el debate en las tertulias periodísticas que viven más de la especulación que de la información y cuestiona el modus operandi de la Liga. Nadie se explica cómo es posible que en un fútbol mercantilizado como el actual no se haya incorporado todavía un instrumento tan banal —su coste no alcanza los cuatro millones— que permite discernir objetivamente entre si fue gol del extremo azulgrana o una parada del portero madridista Lunin.

La chapuza favorece la incertidumbre y propicia intervenciones amenazantes como la de Laporta. El presidente ha aprovechado las dudas para pedir la revisión audiovisual del partido e incluso su repetición si procede, convencido de que si el Barça perdió contra el Madrid y acabará por ceder el título es porque la suma de errores en contra de su equipo y de aciertos a favor de su rival marcan los 11 puntos de diferencia que figuran hoy en la clasificación de la Liga. Una apreciación difícil de sostener si se atiende a la errática trayectoria del Barcelona.

La intervención del presidente azulgrana registrada en un vídeo más casero que institucional resulta extemporánea y populista, más propia de la serie de Real Madrid TV sobre el currículum de los árbitros que pitan al club que preside Florentino Pérez que de una declaración de intenciones del FC Barcelona, una entidad que presume precisamente de intangibles como ser “més que un club” y de tener un estilo de juego propio resumido en el ADN del Barça. Nadie ha vivido más hasta ahora del día a día, la improvisación y la sospecha que desprende el VAR que Laporta.

El presidente se embolicó con la bandera azulgrana para encontrar coartadas que excusen su obra de gobierno después de un año en blanco resumido en el Bernabéu. Laporta intenta que el 3-2 del clásico explique los agravios sufridos por el Barça y le exima de dar explicaciones sobre asuntos como el caso Negreira o de ser transparente respecto a la continuidad de Xavi. La consigna es ganar tiempo hasta el próximo partido. Y si la victoria no necesita comentario, la derrota se explica a partir del agravio, como pasó en el Bernabéu.

El relato victimista fue asumido y compartido mientras tuvo firma y credibilidad, expresadas en el penalti que no fue penalti de Guruceta. Nada que ver con el gol fantasma que ni siquiera se sabe si fue gol de Lamine Yamal. La argumentación de Laporta desmerece a la del presidente ingenioso, ocurrente, seductor y carismático que recuperó la presidencia con la pancarta de “ganas de volver a veros” colgada cerca del Bernabéu. El vídeo expresa las penurias que vive el club y la falta de sentido institucional de un presidente desubicado lejos del Camp Nou.

Aunque la pelota llegó botando desde el VAR, el disparo de Laporta se escapó por la puerta Maratón de Montjuïc cuando quiso convertir una jugada del clásico en el gol que explica la Liga.

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