Alrededor de 3,8 millones de personas forman parte del colectivo LGTBI en España, según se calcula a partir de datos del Centro de Investigaciones Sociológicas, pero en el último lustro el 29% de los ciudadanos con orientaciones sexuales minoritarias ha padecido acoso. Así lo revela el informe Estado del Odio 2023 de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales, Intersexuales y más (FELGTBI+). Fue esta misma entidad la que estableció en 2008 la celebración del 26 de abril como el Día de la Visibilidad Lésbica al considerar que las mujeres homosexuales se ven sometidas a una doble discriminación, por pertenecer al género femenino y por su orientación sexual, lo que las coloca en una posición aún más vulnerable. Ángeles Cazorla, jubilada de 68 años y lesbiana, coincide. Por ello, reivindica la lucha de su generación para conquistar derechos tras una adolescencia invisibilizada por el franquismo: “Creía que era la única lesbiana en el mundo”.

Esta sensación también es compartida por Susana Redondo, funcionaria de 61 años. “Había que ser una buena niña, religiosa y, por supuesto, heterosexual”, explica. Pero lo que ella empezó a percibir con 14 años no concordaba con lo que la sociedad le imponía. “Me salvó estar convencida de que lo que yo sentía por las mujeres era positivo, aunque me dijeran lo contrario y no lo viera en ningún sitio”, detalla.

“Había más chicas lesbianas, pero no teníamos la suficiente capacidad para reconocernos”, cuenta Carmen Villares, diseñadora gráfica de 62 años, sentada con sus compañeras en un sofá de piel verde agua en la sede de la Fundación 26 de Diciembre, creada en Madrid en el año 2010 con el objetivo de visibilizar a las personas mayores LGTBI.

La soledad, el silencio y la frustración definieron la pubertad de Redondo. Le gustaba una joven que terminó siendo la novia de su sobrino. “Todos se enamoraban menos yo. Me robaron la adolescencia, el primer amor y su inocencia”, relata. A los 21 años le contó a su madre su orientación sexual. “Hija, no te entiendo, pero te comprendo”. Esa fue su respuesta.

Pero el 59% de las 145 personas que participaron en el estudio realizado por la FELGTBI+, llamado Mayores LGTBI. Historia, lucha y Memoria, recibieron una respuesta negativa cuando contaron a sus familiares su condición sexual. La franja de edad más habitual para decírselo se situaba entre los 31 y los 50. Inma Claudio, de 54 años, que es música y educadora social en la fundación, no reveló su bisexualidad hasta los 27.

“Tenía miedo de defraudar a mi familia y tardé en salir del armario, aunque su respuesta fue positiva”, cuenta. Cree que es artista por la influencia de sus pocos referentes homosexuales en la adolescencia, con los que se sentía identificada. “Sabíamos que el poeta Federico García Lorca era gay, pero no se hablaba de mujeres lesbianas”, apunta Villares.

La invisibilidad tenía consecuencias. Redondo recuerda que hace 24 años sus vecinos la insultaban por vivir con una mujer, su expareja, aunque las vejaciones no eran algo desconocido para ella. “De cría me llamaban marimacho porque jugaba al fútbol, eso marca y duele”. Por ello, le apena observar un retroceso de los derechos: “Cuando se aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo, en 2005, me sentía una ciudadana libre, podía ser yo misma e, incluso, agradaba. Pero han vuelto los discursos de odio y todos esos que no nos aceptaban, pero nos aguantaban, ahora están ahí dispuestos a violentarnos de nuevo”.

El 27,5% del colectivo ha sido discriminado y el 8,6% ha sufrido agresiones y violencia física o sexual, según el informe Estado del Odio 2023. La calle es el lugar donde más se percibe la exclusión, seguido del transporte, las cafeterías y el trabajo. El aislamiento social se acentúa en las personas mayores y puede golpear más aún al colectivo. “Empecé a vivir mi orientación sexual en soledad y me temo que voy a afrontar la vejez de la misma manera. Parece que la historia se repite y hay que volver al armario después de haber salido de él porque faltan espacios seguros para ser nosotras mismas en un mundo heterosexual”, lamenta Redondo.

Valora contar con la Fundación 26 de Diciembre, después de haber formado parte en su juventud, al igual que Cazorla, del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid, creado en 1981, y del Colectivo LGTB+ de la ciudad, fundado en 1986. “Venimos para socializar y hacer amigas, pero también para buscar el amor”, confiesa Redondo. La entidad ofrece también la posibilidad de participar en un grupo de teatro, en un club de ópera, en conversaciones en inglés, en talleres y formaciones de orientación laboral, en tertulias, en comidas, e incluso, en cinefórums. Además, están construyendo la primera residencia pública para mayores LGTBI.

En el estudio también se revela el predominio de los hombres homosexuales, que representan un 60%, frente a las mujeres lesbianas, pese a que la tasa de población femenina en las personas mayores es superior a la de los varones. “Este hecho está profundamente relacionado con la invisibilidad lésbica”, revela el informe. Respecto a los sueldos, también se observa una diferencia entre ambos, relacionada con las brechas salariales de género. Solo un 27% de ellas tienen unos ingresos brutos mensuales superiores a los 1.500 euros, frente al 54% de los hombres. Además, un 51% de las personas LGTBI ocultan su orientación sexual en el mundo laboral, así lo recoge el estudio Hacia Centros de Trabajo Inclusivos, realizado por el sindicato UGT.

Por ello, la coordinadora de políticas lésbicas de la FELGTBI+, Cristina P. Álvarez, insiste en que es necesario continuar avanzando, pese a los recientes logros conseguidos, como la ley trans, aprobada en 2023, que también garantiza los derechos de las personas de todo el colectivo. Este viernes su entidad reivindica la diversidad de las personas lesbianas para huir de un referente estereotipado: “Hay mujeres con pluma, rurales, migrantes, mayores o con cuerpos no normativos”, cuenta.

Además, pide evitar la discriminación sanitaria. “Que en los protocolos ginecológicos no se presuponga la heterosexualidad, que se nos informe de los sistemas de protección que podemos utilizar, que se diseñen campañas para la prevención de infecciones y enfermedades teniendo en cuenta a las mujeres lesbianas y que se realicen estudios e investigaciones que consideren la diversidad sexual existente”, reclama P. Álvarez.

Villares se apena por la brecha generacional que separa a las mujeres del colectivo. “Es difícil que podamos salir a tomar una copa con la gente de nuestro entorno, se nos asocia a otra etapa vital, pero yo me quiero seguir divirtiendo”, cuenta tras recordar que poder darse un beso e ir de la mano por la calle es un derecho conseguido gracias a lucha de “las que vinieron detrás”. Aunque insiste en que “aún falta mucho por conquistar todas juntas”. Redondo recuerda que ha pagado un peaje muy caro por intentar ser feliz y Cazorla, después de todo lo vivido, no tiene dudas: “En una sociedad tan patriarcal, si vuelvo a nacer quiero ser lesbiana otra vez”.

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