Los independentistas escoceses del SNP (Partido Nacional de Escocia, en sus siglas en inglés) se han aferrado a la máxima ignaciana, “en tiempos de desolación, no hacer mudanza”, y han decidido apostar por un candidato continuista para capear el temporal en el que llevan inmersos más de un año. John Swinney (Edimburgo, 60 años), el ministro de Economía que más ha durado en el cargo desde que Escocia tiene Gobierno autónomo, será el nuevo ministro principal, en sustitución de Humza Yousaf, que dimitió la semana pasada. A mediodía de este lunes finalizaba el plazo para presentar candidaturas a unas posibles primarias en el SNP. En los últimos siete días, uno a uno, los potenciales aspirantes habían anunciado su renuncia al cargo. Al quedarse solo, Swinney se ha garantizado la elección sin necesidad de abrir un proceso que hubiera agitado aún más las ya agitadas aguas del SNP.

El nuevo líder del SNP no renuncia al sueño de una Escocia independiente, pero en su primer discurso ha buscado la complicidad de un electorado más amplio: “Mis prioridades serán la economía, el empleo y el coste de la vida”, ha dicho. “La sanidad pública, la educación, los servicios sociales o la lucha contra el cambio climático”, añadía.

Después de las necesarias formalidades —que Yousaf presente su dimisión al rey Carlos III, y el Parlamento Autónomo invista a su sucesor—, Escocia tendrá un nuevo ministro principal. Swinney, que ocupó el puesto de viceministro principal en el Ejecutivo de Nicola Sturgeon, dispone hasta mayo de 2026, cuando deben celebrarse nuevas elecciones autonómicas en Escocia, para reconducir la situación.

Pero existe una amenaza más inmediata: las elecciones generales en el Reino Unido, previstas para el próximo otoño. Si se confirman las encuestas, el Partido Laborista podría reconquistar gran parte de los diputados que durante décadas obtuvo en un territorio de fuerte tradición izquierdista. Rompería así la hegemonía que ha mantenido el SNP desde hace una década, y agravaría aún más la crisis interna de la formación.

Desde que Nicola Sturgeon se quedó a un paso de la mayoría absoluta, en mayo de 2021, el partido no ha hecho más que rodar cuesta abajo. La histórica líder independentista, que tomó el relevo de Alex Salmond y mejoró incluso el prestigio y popularidad de su formación, forjó un Gobierno de coalición con los Verdes con el propósito de fijar la independencia como prioridad. Sturgeon cometió dos errores letales. En primer lugar, tanto ella como su marido, Peter Murrell, acabaron implicados en un turbio escándalo en torno a las finanzas del SNP, por el que incluso permanecieron arrestados por unas horas. En segundo lugar, la Ley de Autodeterminación de Género impulsada por su Ejecutivo chocó con un electorado y unas bases mucho más conservadoras de lo que había calculado la ministra principal.

Su sucesor, Yousaf —también considerado en su momento un candidato de continuidad— quiso virar hacia el centro a través de dos medidas polémicas y peligrosas, a la hora de sostener la coalición que le mantenía en el cargo. El entonces ministro principal renunció al compromiso pactado con los verdes de reducir en un 75% las emisiones de dióxido de carbono para 2030, y replicó la decisión del Gobierno central de Rishi Sunak de prohibir el tratamiento con bloqueadores de la pubertad a los menores de 18 años. Remató su viraje con la expulsión del Gobierno de los dos ministros de Los Verdes, y el anuncio de que pensaba gobernar en minoría.

Los socios humillados anunciaron su intención de respaldar las dos mociones de censura que presentaron en el Parlamento Autónomo los conservadores y los laboristas. Incapaz de recabar el número de diputados suficientes para superar ese desafío, Yousaf renunció al cargo. Su única posibilidad de seguir al frente del Gobierno hubiera pasado por aceptar las condiciones leoninas de ALBA, el partido fundado por el histórico dirigente independentista Alex Salmond, que reclamaba un nuevo impulso unilateral, con desafío al Gobierno de Londres, de la causa de la secesión. La mayoría de los votantes o afiliados del SNP no están por la labor de resucitar un radicalismo que, según todas las encuestas, no desean los ciudadanos.

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