Mats Hummels, de 35 años, imprimió su carácter y su intuición en cada metro cuadrado que pisó Kylian Mbappé, diez años menor que su guardián, mucho más potente pero incapaz de sobreponerse al cerco. El deportista más famoso de Francia se mostró casi melancólico en el día de su despedida del Parque de los Príncipes con un título en juego. La historia decía que el Dortmund no había ganado nunca en París pues tampoco había metido un gol. Fue el propio Hummels quien se encargó de romper la tradición con un cabezazo que situó al equipo de Westfalia en la final de Wembley. Obligado a remontar el 1-0 de la ida, el PSG acabó la semifinal sin meter un solo gol.

Gianluigi Donnarumma, Nuno Mendes, Marquinhos, Beraldo, Achraf Hakimi, Vitor Ferreira, Warren Zaïre-Emery, Fabián (Marco Asensio, min. 63), Goncalo Ramos (Bradley Barcola, min. 63), Ousmane Dembélé y Kylian Mbappe

Gregor Kobel, Julian Ryerson, Ian Maatsen, Hummels, Nico Schlotterbeck, Jadon Sancho (Niklas Süle, min. 67), Karim Adeyemi (Marco Reus, min. 56), M. Sabitzer, Emre Can, Brandt (Felix NMecha, min. 84) y Füllkrug

Goles 0-1 min. 50: Hummels.

Árbitro Daniele Orsato

Tarjetas amarillas M. Sabitzer (min. 64), Hummels (min. 65), Ousmane Dembélé (min. 75) y Achraf Hakimi (min. 83)

El PSG salió a presionar con valentía. Al hombre, asumiendo riesgos, como mandan los cánones del progresismo balompédico. Dembelé fue a por Maatsen, Mbappé estorbó a Hummels, Ramos a Schlötterbeck, Fabián a Can, Vitinha a Brandt, y así sucesivamente. La estructura modernista fue de manual y los jugadores la ejecutaron con disciplina. El problema fue que todo el coraje que pusieron en la presión, se desvaneció cuando recuperaron la pelota. Entonces el único que se atrevió a ofrecerse y a pasar la pelota por los abarrotados carriles centrales fue Vitinha. El mejor jugador en la ida fue el que más se anticipó, el que más robó, y el que mejores jugadas inventó en el cuadro francés. A su alrededor, sin embargo, se abrió un desierto. Pocas veces se le ofrecieron por el medio Mbappé, Ramos, Dembelé o Zaïre, y a su escalera le faltaron peldaños para llegar arriba.

Fueron pocos, y en pocas ocasiones, los futbolistas del PSG que durante la primera parte se aventuraron allí donde Hummels, Schlötterbeck y Can formaban el núcleo duro de la resistencia alemana. La combatividad de los jugadores del Dortmund logró disuadir a Mbappé y sus compañeros de que si marchaban por el medio, donde más se apretaban los rivales, sería imposible avanzar. Esto tuvo dos efectos correlativos. Primero, que el PSG empezó a canalizar todos los ataques hacia las bandas. Girando y girando hacia Dembelé y Hakimi a la derecha, y a Mbappé a la izquierda. Segundo, que los defensores comenzaron a sentirse poco amenazados, más seguros, y más esperanzados en que sus sacrificios rendirían fruto. El círculo se hizo vicioso para el PSG, pues la portería está en el medio, no en las bandas, los centros fueron evacuados por los zagueros del Dortmund, y no hubo manera de que Dembelé ni Mbappé driblaran a tantos rivales como se les escalonaban para impedir su acceso al área.

La actuación de Mbappé tuvo peso simbólico. Por potencial, es el delantero más dotado que existe. Se supone que sus cualidades le confieren un liderazgo. Es ley del fútbol que el jugador que más cobra de la plantilla es porque lo merece y todo lo que haga sobre la hierba resulta inexorablemente ejemplar. Lo cierto es que en el primer cuarto de hora Mbappé recibió cuatro balones que juzgó favorables para girarse y encarar, y en las cuatro ocasiones se le impuso Hummels. El viejo central, que vive una temporada de renacimiento tras años de rigidez, desplegó todo el manual del buen anticipador. Tuvo instinto para descubrir la elección de su adversario, fue arrojado para ir a presionarlo hasta 70 metros de su arco, y cuando la primera acción no le favoreció tiró de recursos, de fuerza, de astucia, de ingenio. El duelo de estos dos hombres tan significativos impregnó el aire circundante. De pesimismo entre los azules y de confianza entre los amarillos.

La despedida más triste

El lenguaje gestual de Mbappé, apenas subversivo contra la adversidad, silenció a la hinchada. Hay jugadores adorados, jugadores repudiados, y jugadores simplemente queridos. En París Mbappé ha formado parte de la última categoría. Que desde 2020 manifestara regularmente que en su horizonte ideal fijaba una salida, no contribuyó a que los hinchas le entregaran su devoción incondicional. Mucho menos que desde hace un año el jugador declarara abiertamente que se iría al final de esta temporada, en medio de un escarceo con el Real Madrid que no ha dejado de resonar con dolor en las orgullosas tribunas de la curva Auteuil. Entre la muchedumbre cundió la sensación de que para el delantero más contundente que ha producido el fútbol francés, París nunca fue otra cosa que un mero lugar de paso. La vuelta de la semifinal contra el Dortmund se compuso como una despedida. La más triste imaginable para la estrella y su afición, progresivamente distanciados a lo largo de los meses hasta el mutismo final.

Mbappé tardó 80 minutos en rematar a puerta y Kobel le desvió el tiro. Fue apenas un indicio de la ofuscación que padeció el equipo de Luis Enrique con la pelota. Vitinha logró el primer tiro entre los tres palos en el minuto 41. Los malos síntomas se acumularon desde la primera jugada hasta el segundo tiempo, pasando por una contra de Adeyemi que desvió Donnarumma en el mano a mano. El PSG salió del descanso con más brío pero a la primera ocasión Adeyemi contragolpeó y provocó un córner. Preludio del gol de Hummels, un cabezazo con la oposición indecisa de Beraldo, que dio paso al 0-1 y al suplicio de los jugadores locales. El asedio se prolongó durante lo que le restó al partido.

Zaïre, Mbappé, Mendes, y Lee, estrellaron sus tiros en los palos. Pero apenas encontraron ocasiones de definición a la espalda de los defensores. El bloque del Dortmund resistió con la serenidad de Mats Hummels, justo héroe en la deprimida morada que ya no frecuentará Mbappé.

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