La manera con la que Pedro Sánchez daba carpetazo a su particular retiro reflexivo para confirmarnos que, hoy por hoy, no se le ocurre ningún estado vital lejos de la Moncloa venía a abrir un ya barruntado e inquietante marco de «regeneración democrática» que, se mire por donde se mire y a tenor de los quebrantos mostrados por el presidente, apunta directamente a la acción de la justicia y de los medios de comunicación en su imprescindible papel a la hora de destapar presuntas irregularidades de todos conocidas en estas últimas semanas, cuyo aireamiento no es precisamente algo que entusiasme al actual poder ejecutivo. Con esta espada de Damocles sobre la cabeza de la libertad de prensa y en un momento en el que punta y filo incrementan su movimiento pendular, se da la preocupante circunstancia de que un presunto ataque a la pluralidad informativa puede llegar justo cuando el periodismo se encuentra en uno de sus momentos más delicados, ergo, con la guardia más baja teniendo en cuenta que la prensa en no pocos casos experimenta ya desde hace demasiado tiempo una maquiavélica mutación que viene a situarla, no como un elemento de contrapoder, sino como un alargamiento del poder.

Conviene contemplar el asunto con un mínimo de perspectiva y no caer en los manidos clichés de la lucha contra las «Fake News», entre otras cosas porque todo medio de comunicación serio que se precie sabe que los bulos no son una invención de antes de ayer, como sabe que la única manera de combatirlos es algo tan obvio en este oficio como el contraste de noticias por varias fuentes, a lo que se añade el hecho incontestable de que cualquier publicación falsa y dañina para terceros responde ante un instrumento que se llama código penal. Queden tranquilos por lo tanto voceros agradecidos al actual poder como el líder del UGT porque la profesión periodística no requiere, ni de nuevas autorregulaciones, ni de sesudos entes oficiales que decidan quiénes son medios informativos y quiénes no. Bastante es ya la cantidad de dinero que emplea la política desde instituciones o partidos en tratar de controlar a los periodistas. En España no hay un clamor por la regeneración democrática pretendida desde la izquierda, pero puestos a mejorar las cosas, ¿qué tal más comparecencias con preguntas, menos comunicados «tuiteros» y menos distingos entre medios afines y el resto? Pues pónganse a ello.

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