En los días posteriores a la «reflexión» de Sánchez, donde se nos pretende convencer de que los bulos y fakes news requieren control, cabe recordar desde cuándo y porqué existen. Ya en la Antigua Roma, Cesar Augusto derribó a su rival Marco Antonio con la mentira –que acuñó en diversas monedas– de que estaba «secuestrado» por la falsa femme fatale Cleopatra. Respecto al incendio de la Ciudad Eterna, aún desconocemos si lo provocó Nerón para culpar a los cristianos o fue un accidente que aprovechó para poner al pueblo en su contra. En 1440, el humanista Lorenzo Valla demostró que el documento de la donación de Constantino al papa Silvestre (de Roma y todas las provincias y ciudades de Italia y Occidente) era falso y pudo redactarse cuatro siglos después de su gobierno. Los libelos de sangre en la Edad Moderna, donde se culpaba a los judíos de asesinar a niños y jóvenes cristianos para utilizar su sangre durante el Pésaj se expandieron por Europa gracias a la imprenta y contribuyeron al antisemitismo, persecución y matanza de los judíos. En 1835, ya con barcos de vapor y trenes más rápidos que los caballos, la mentira de la vida inteligente en la luna se propagó a toda velocidad… ¡Qué decir del amarillismo de Hearst en la Guerra de Cuba («tú haz los dibujos que yo pondré la guerra») o de los aterradores artículos de 1917 en The Times y The Daily Mail, cuyas falaces narraciones de que los alemanes utilizaban cuerpos de soldados para producir glicerina para armas o alimentos para cerdos, pusieron en entredicho sus atrocidades posteriores del Holocausto… Hay muchos más y cada vez han corrido más aprisa, amparados por el avance de la tecnología; pero siempre utilizando la consigna de Goebbels: «hay que hacer creer al pueblo que el hambre, la sed, la escasez y las enfermedades son culpa de nuestros opositores y hacer que nuestros simpatizantes lo repitan a cada momento». Los peores bulos los impulsan los gobernantes autoritarios y populistas para su beneficio. Cuanta más fiscalización más desinformación. Cuidado con que, desde el poder, nos persuadan de lo contrario.

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