No es fácil narrar ni visualizar lo ocurrido entre el reputado escritor francés Gabriel Matzneff y la entonces niña —hoy escritora y editora— Vanessa Springora desde el mes de noviembre de 1985 y a lo largo de tres años. Matzneff, que tenía 50 años cuando decidió seducir a una cría de 14, con la que mantuvo una relación básicamente asentada en el sexo, ya tenía amplia experiencia pederasta. No solo eso: lo había escrito, se lo habían publicado y fue celebrado y premiado por amplios círculos literarios franceses.

“Una vez que has tenido en tus brazos, besado, acariciado, poseído a un chico de 13 años, a una niña de 15, todo lo demás te parece insulso, pesado, insípido”, escribió Matzneff en libros como Les moins de seize ans (Los menores de 16 años), publicado en 1974 y, ojo, reeditado en 2005. “28 de julio de 1986. 17:20 de la tarde. Mi sexo ha triunfado sobre el himen de mi bella amante de 14 años”, declamó en sus Diarios. Springora, que tardó años en comprender que aquello no era amor sino abusos psicológicos y sexuales, manipulación y violaciones, contestó con el libro El consentimiento, publicado en el año 2020. Un fenómeno literario, cultural, social, político y hasta legal, que conmocionó al país y provocó cambios en su legislación, y cuya adaptación cinematográfica se estrena ahora en España, dirigida por Vanessa Filho y con la propia Springora como coguionista.

Además de una narración, de unos diálogos, de un retrato de personajes, de una sucesión de situaciones y un camino interior y exterior de sus criaturas, se necesita una mirada, un estilo para componer una película como esta. Un modo de aplicar sentido cinematográfico a lo que es pura abyección. Sin embargo, Filho no lo tiene. Se trata de utilizar el lenguaje cinematográfico de un modo honesto pero limpio; verdadero pero considerado; evocativo de aquel infierno, pero nunca explícito; que no sea la ambigüedad la que domine en esa mirada porque en este caso la indeterminación no cabe; que no haya una sola rendija para que esas secuencias, o determinados planos, que solo pueden ser depravados, tengan un mínimo hálito de erotismo.

Cuánto dura cada plano, dónde se coloca la cámara, cómo se mueven los personajes, qué grados de desnudez muestran los cuerpos de ese hombre de 50 años y esa niña… Son decisiones a tomar y, con todas ellas, se conforma esa mirada. Y en las secuencias de sexo que contiene El consentimiento, al menos para el que esto escribe, no hay ni estilo ni el necesario pudor. Por supuesto, faltaría más, la intérprete de Springora, Kim Higelin, es mayor de edad: tiene 24 años. Otra cosa es su aspecto.

En cambio, en una segunda bifurcación de la película, fundamental en el aspecto social, Filho sí que toma algunas decisiones formales y de fondo de notable mérito. En primer lugar, con el retrato de la madre de Springora, que optó por considerar a su hija una adulta que debía asumir sus propias decisiones. Así, cuando descubre su relación, parece montar en cólera. “Es un pervertido, un depravado. Un pedófilo. ¡Pero si lo sabe todo el mundo!”. Sin embargo, amiga del escritor, con el que se relaciona entre la intelectualidad de París, cuando la cría la amenaza con dejar el colegio si le impide “vivir su amor”, da un terrible paso a un lado, mientras la amenaza con ir a la policía sin después hacerlo: “Haz lo que quieras, pero luego no te quejes”.

El dibujo de esa madre es brutal, como también el de los círculos literarios, y ahí una paradigmática secuencia revela de modo documental (certera decisión de Filho) la complicidad de buena parte de la sociedad: un programa de televisión con el escritor entre sus invitados, en el que el presentador lo define de este modo, entre las risas de la mayoría de sus contertulios: “Si de verdad existe un educador sexual, ese es Gabriel Matzneff. Le gusta seducir, pero sobre todo le gusta ser el primero”.

El consentimiento

Dirección: Vanessa Filho.

Intérpretes: Kim Higelin, Jean-Paul Rouve, Laetitia Casta y Sara Giraudeau.

Género: drama. Francia, 2023.

Duración: 119 minutos.

Estreno: 19 de abril.

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