No para de contemplar y admirar el teatro en el que está ensayando. Se le ve feliz, con esa felicidad tranquila de persona inteligente, analítica y plácida. David Trueba ha pisado muchas veces como espectador el patio de butacas del madrileño teatro María Guerrero, una de las sedes del Centro Dramático Nacional, pero contemplarlo ahora desde el escenario se le hace casi increíble. Repasa embelesado los techos, los palcos, los telones rojos. Trueba confiesa que siempre deseó hacer teatro, unas veces de manera más soterrada y otras más claramente. “Si a mí me hubieran preguntado cuál sería mi ideal de vida, habría elegido, sin dudar, crear una compañía teatral pequeña de tres o cuatro actores y estar escribiendo y dirigiendo toda la vida a esos actores, de gira por pueblos y ciudades”, asegura Trueba. A sus 54 años, tras una sólida carrera cinematográfica y literaria, se estrena ahora por fin como director de escena con Los guapos, una obra escrita por él mismo para dos actores concretos, Anna Alarcón y Vito Sanz, en la que se sumerge al espectador en el reencuentro de dos amigos de la infancia con destinos de vida muy distintos. Los guapos se estrena en la sala grande del María Guerrero este miércoles, donde se representará hasta el próximo 9 de junio.

Tras años sin saber el uno del otro, Nuria y Pablo, los dos personajes de la función, se vuelven a encontrar en el barrio marginal y obrero donde crecieron. El destino les ha separado. Él es un exitoso abogado que no ha vuelto a pisar el barrio. Ella se ha quedado detenida en el tiempo, sin oportunidades ni opciones. En el bar de su juventud, presidido por una colorida y magnífica máquina flipper de sonidos evocadores, se enfrentarán a lo largo de cinco citas con sus propias vidas y revisarán juntos el pasado: el suyo, el de sus padres y hermanos, el de sus amigos y, también, aquella inocente y fallida historia de amor que vivieron. En cada una de esas citas se van revelando capas que habían quedado ocultas y descubriendo no solo las fascinaciones amorosas, sino también las heridas, culpas y cuentas pendientes.

David Trueba dice estar acostumbrado a vivir bajo sospecha desde sus inicios. “Cuando empecé a hacer cine era el hermano de Fernando Trueba, y eso generó una mirada rigurosa y crítica. Era normal, un prejuicio natural. Luego, cuando pasé del cine a la literatura, inmediatamente en el mundo literario surgió una sospecha: ‘¿cómo un tipo que hace cine y escribe guiones se pone ahora a hacer novelas?’. Pero todo se aclara y se cura cuando ven que lo haces de manera respetuosa. He tenido que luchar contra ese recibimiento un poco de uñas. A veces lo pienso y creo que puede ser natural. Ahora con mi paso al teatro puede que ese sentimiento también surja y se pregunten: ‘¿y ahora este por qué?’. Aunque también siento en el sector teatral que agradecen mi interés”, explica sin rencores.

Trueba es un hombre siempre en busca de una comunicación privada con el lector o el espectador. Ya sea en el cine, la literatura o, ahora, en el teatro. “Generar esa confluencia con el que viene a ver tu obra, donde tú pones algo, pero también quieres que ese algo entre dentro de su sensibilidad, de sus recuerdos o experiencias personales, y que de alguna manera complete tu narración y tu propuesta es para mí el objetivo de los medios artísticos”, añade el director de películas como Soldados de Salamina, Vivir es fácil con los ojos cerrados o la más reciente Saben aquell.

No se explica uno a David Trueba sin hablar del barrio, como una auténtica escuela de formación. Él, que creció en las calles del barrio madrileño de Estrecho, en una familia de 10 hermanos, con un padre obsesionado con apagar la luz cuando uno salía de una estancia, sabe bien lo que es un barrio y tenía esta historia de Los guapos bien pergeñada en la cabeza, que empezó a escribir cuando los dos actores protagonistas coincidieron en el rodaje en Melilla de su película A este lado del mundo (estrenada en 2020) y le animaron a ello.

“Los destinos de la gente de las barriadas son muy dispares. Aquellos que conseguimos infiltrarnos en el sistema escolar y académico y llegar a la universidad pudimos tener acceso a una vida muy distinta a la que tuvieron nuestros padres. Por el contrario, otros de nuestra misma edad se fueron quedando por el camino con oficios heredados o con menos lustre que aquellos que conseguimos estudios, y te los vas encontrando en la vida y vas viendo su peripecia muy cercana a la tuya, con esa especie de destino incierto de los que hemos salido del mismo sitio”, asegura Trueba sobre Los guapos.

El director también ha puesto su mirada en esa parte de la sociedad que acumula tanto rencor visceral hacia la vida que les ha tocado llevar. “Nos falta entender el porqué de ese rencor. Muchos núcleos de obreros se ponen de uñas ante la inmigración, ante las políticas de bienestar, ante el progresismo. Lo perciben como algo odioso y se inclinan más hacia la reacción o ante una identidad que ellos encuentran perdida en el mundo contemporáneo. Me interesa mucho ese aspecto. Concretamente, el personaje de la chica es una mujer que se adentra en los resortes del rencor, del rencor de clase, pero ese rencor no solo se instala en personas desfavorecidas. Hay gente de alto estatus que siente un rencor extremo hacia el país en el que viven. ¿De dónde sale ese rencor?”, se pregunta Trueba. “Tropezar es fácil, pero recuperarte del tropiezo sin una red que te sostenga no lo es tanto. En la sociedad del bienestar hemos fallado en ofrecer a toda esa gente, sobre todo en la adolescencia, que se equivoca, ya sea por falta de perspectiva de vida o experiencia, recursos para recuperarse y darse segundas y terceras oportunidades. El entorno familiar es clave. La mejor oferta que unos padres pueden hacer a sus hijos es solo una: aquí estoy”.

Las drogas, el sida, la injusticia social, la familia, el poder de la belleza, los padres adorables y aquellos más críticos y duros, la fabricación del amor. Todo va surgiendo en este estreno teatral de David Trueba, que apaga la luz en cuanto sale del palco. “Es algo automático. Nunca lo olvido”.

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