Cuando Nuria Rodríguez tuvo que decidir a qué quería dedicar el resto de su vida, vio claro que necesitaba trabajar al aire libre: “No quería ir todos los días a una oficina”, asegura esta estudiante de 24 años. Se había criado junto a su familia agricultora en Magazos, un pueblo a 55 kilómetros de Ávila, y decidió continuar la tradición de dedicarse al campo. Su padre, Raúl Rodríguez, de 60 años, rememora con ternura, y casi como una premonición, lo que su hija hacía cuando de pequeña le dolía algo: “Se subía conmigo al tractor y se le curaba todo”. Ahora, subidos de nuevo en ese vehículo o en su todoterreno, recorren juntos las 50 hectáreas que dedican al cultivo de maíz, remolacha, cebollas y la soja que venden a Grupo Pascual.

Aunque el relevo generacional en el campo no suele ser habitual, aquellos que se deciden a hacerlo se enfrentan a ello con otras herramientas que, muchas veces, sus progenitores no tuvieron: la formación, por un lado, y la ayuda externa, por otro. De hecho, Rodríguez está cursando un máster de Agricultura de Precisión, y para ello recibe la ayuda de una de las becas del programa que Grupo Pascual, desde hace ya tres ediciones, entrega para financiar los estudios a entre 12 y 16 estudiantes en disciplinas vinculadas al sector primario. Se trata de enseñanzas regladas que se complementan con un plan formativo de alto rendimiento impartido por la compañía dirigido a instruir a los jóvenes, una vez incorporados al negocio familiar, en áreas como la sostenibilidad, el medioambiente, la reproducción, la seguridad alimentaria o la gestión empresarial. Joaquín Lorenzo, director de Compras Agro de Grupo Pascual, explica que esta beca, dirigida a los hijos de los trabajadores de la empresa, nace con la intención de resolver el “problema del relevo generacional” que han percibido en los últimos tiempos. “En 2000 teníamos unos 60.000 ganaderos en España; ahora, quedan 9.000″, explica.

Las cifras aportadas por Lorenzo van en la misma dirección que las de otros organismos y administraciones: los jóvenes de hoy se alejan del campo. Según un informe realizado en 2023 por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, el envejecimiento de la población agraria es un hecho generalizado en todas las comunidades autónomas. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2020, la mayoría de los jefes de explotaciones agrícolas en España tienen 65 años o más y solo tienen experiencia agraria, mientras que la cifra más baja corresponde a los menores de 25 años, como se puede comprobar en los gráficos que siguen.

Lorenzo insiste en la importancia de dar oportunidades de formación, para que el problema de falta de mano de obra joven disminuya. Los perfiles de los beneficiados son variados: técnicos agrícolas, ingenieros industriales, veterinarios o economistas que tienen entre 18 y 24 años. “Son personas que en un futuro estarán al frente de las ganaderías y las fincas, tienen que saber de directrices europeas, adaptarse al futuro de los negocios, utilizar las mejores técnicas… Eso significa que deben estar formados”, resume Lorenzo.

Nuria Rodríguez coincide en esta necesidad de adaptación: “Decidí formarme en agricultura de precisión porque es alucinante cómo ha cambiado en los últimos 10 años, cómo ha mejorado las vidas. Comparado con otros sectores, la velocidad ha sido altísima”, explica. Así puede aplicar los conocimientos de un máster en el que se estudian competencias tecnológicas integrales (desde la programación hasta la gestión remota de cultivos) en las hectáreas propias y las casi 60 de renta donde su familia siembra.

Entre el ganado y las Ciencias Ambientales

Si bien Raúl Rodríguez disfruta de la agricultura y de trabajar en ella con su hija, la ganadera Cecilia Castro (Villaquejida, a unos 60 kilómetros de León, 52 años), dueña junto a su marido, José Manuel, de la ganadería Pecas, reconoce que no tenía la intención de que su hijo heredara su profesión y coincide con el agricultor Raúl Rodríguez en que es una forma de vida a la que hay que dedicar muchas horas de trabajo y esfuerzo.

Ricardo Pérez, el hijo de Cecilia y José Manuel, era consciente de que para ellos el día laboral empieza a las siete y media de la mañana y termina sobre las diez y media de la noche. En la granja tienen unos 110 animales y unas 25 hectáreas de regadío —donde siembran forrajes y cereales para el consumo propio— y otras 43 de secano. El trabajo lo dividen entre el matrimonio y su hijo: “Ahí estamos nosotros solos, no tenemos vacaciones ni fines de semana libres”, describe la ganadera, que vende su leche desde hace más de 10 años a Pascual.

Aun así, Ricardo Pérez ha decidido hacer la carrera de Ciencias Ambientales que, aunque no está tan directamente relacionada con la ganadería, le permite aplicar en el negocio familiar sus conocimientos sobre requisitos como la sostenibilidad o la agricultura. “Mi madre puede opinar, pero al final yo escojo mi camino”, afirma este joven de 21 años. Para este estudiante, también becado por Pascual, la educación es fundamental: “Para ser ganadero hay que hacer también de economista, nutriólogo, veterinario, abogado… De todo”, explica. Desde que su madre comenzó en el oficio han vivido muchos avances, “pero se necesitan más cosas”, precisa Cecilia Castro. “Aparte de todos esos mecanismos, hay que tener mucho amor al sector para seguir en ello”. En esa idea coincide rotundamente Nuria Rodríguez: “Te parecerá una tontería, pero, por muchos viajes que hago, nunca he visto un atardecer como el de mi pueblo”.

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