Con Joana Mallwitz (Hildesheim, 38 años) ya no es noticia que una mujer sea la directora de una gran orquesta. Es lo más natural del mundo. Su extraordinaria capacidad sobre el podio nunca se ha visto ensombrecida por el sexismo. Y confía en una sociedad donde la autoridad no está reñida con el respeto mutuo. No por casualidad, ha seguido el tradicional Ochsentour de tantos directores alemanes, como Herbert von Karajan, comenzando su carrera en teatros de provincias, como Érfurt y Núremberg, antes de llegar a una de las principales orquestas de la capital berlinesa.

Su concierto inaugural como titular del Konzerthausorchester Berlin, a finales de agosto pasado, coincidió con una intensa campaña en vallas publicitarias por toda la capital berlinesa. Hablamos de la tercera gran orquesta de la ciudad alemana, tras la Filarmónica y la Staatskapelle, donde ha sucedido a Christoph Eschenbach. Pero también de la persona más joven en asumir la dirección musical de una de las principales orquestas berlinesas, además de la primera mujer.

Mallwitz ha llegado a Berlín avalada por una sólida trayectoria en Ertfurt y Núremberg, con producciones de calidad y nuevos formatos de concierto. Pero también ha desembarcado en la capital alemana tras triunfar al frente de la Filarmónica de Viena en el Festival de Salzburgo de 2020 o, más recientemente, al frente de la Concertgebouw de Ámsterdam.

En mayo de 2023 firmó como artista exclusiva de Deutsche Grammophon y lanzará su primer disco, The Kurt Weill Album, el próximo 2 de agosto. Pero su imagen puede verse ahora en muchos cines alemanes, tras el estreno de Joanna Mallwitz – Momentum, un filme de Günter Atteln que narra los dos años anteriores a su llegada a Berlín. Y una película que muestra la trastienda de su trabajo y su vida personal junto a su marido, el tenor Simon Bode, y el hijo de ambos que nació en 2021.

Mallwitz atendió a EL PAÍS por zoom desde su despacho en el Konzerthaus berlinés. Un encuentro para comentar su próximo lanzamiento discográfico, y también su debut, en octubre, al frente de la Orquesta Nacional de España. Pero donde la directora alemana habla, además, de su admiración hacia Leonard Bernstein como director y divulgador musical, de cómo los cambios en la sociedad se reflejan en su trabajo, de la capacidad comunicativa que precisa la dirección orquestal, de sus exitosos Conciertos de expedición con el público berlinés, o de su parecido físico con Cate Blanchett, la protagonista de Tár. No sería sorprendente que estemos ante la próxima titular de la Filarmónica de Berlín o la primera mujer en dirigir el Concierto de Año Nuevo.

Pregunta. En su 13º cumpleaños le regalaron una partitura de la Sinfonía Inacabada, de Schubert, donde escribió a lápiz: “Esta es mi primera partitura y, con suerte, también la primera pieza que dirigiré alguna vez”. ¿Ya sabía que sería directora de orquesta?

Respuesta. Apenas sabía nada acerca de conciertos sinfónicos o de dirección orquestal. Ni siquiera era consciente de que dirigir pudiera ser un trabajo. Tocaba el piano y el violín desde muy pequeña, y no pertenecía a una familia de músicos. Pero con esa edad ingresé en un programa especial de la Universidad de Música de Hannover, donde tuve como compañero de clase al pianista Igor Levit, y pude desarrollar mi pasión. Trabajamos esa sinfonía de Schubert junto a otras partituras de Wagner y Stravinski. Y decidí que dedicaría mi vida a estudiarlas. Entonces me dijeron que tendría que aprender a dirigir. Y así empecé.

P. ¿Tuvo ídolos y modelos?

R. No tenía modelos, pues estaba empezando en este mundo. Pero recuerdo que cuando era adolescente nombraron a Simone Young directora en la Ópera Estatal de Hamburgo. Y saber que una mujer australiana vendría a Alemania para dirigir todas las grandes óperas fue muy inspirador para mí. Ahora, pasado el tiempo, he llegado a conocerla y es una colega muy querida.

P. ¿Y los tiene ahora?

R. Hay muchos músicos que admiro. Pero si tuviera que elegir un ídolo me quedaría con Leonard Bernstein. Le daré tres razones. La primera es su capacidad como músico, pues fue un director, pero también un pianista y además un compositor. La segunda es su estilo de dirección, que parece instintivo y espontáneo, pero implica un profundo estudio de las partituras; la música sale de su cabeza y llega a su cuerpo a través del corazón. Y la tercera es su forma de tratar de iguales a su público, tanto a los niños como a los adultos, con esa capacidad para comunicar y transmitir su pasión por la música.

P. ¿Cómo ha cambiado la dirección orquestal desde Bernstein?

R. No creo que haya cambiado. La dirección orquestal consiste en lograr el mayor poder expresivo con autenticidad.

P. ¿Y no aprecia cambios en las relaciones, por ejemplo, entre el director y los músicos?

R. Sí, pero lo que ha cambiado es nuestra sociedad. Ahora importa mucho la manera en que nos comunicamos y la autoridad se consigue con el respeto mutuo. Eso es muy positivo y ojalá prosiga. Pero dirigir una orquesta sigue siendo la manera más rápida y compleja de comunicarse. Todo va muy deprisa y no puede reducirse a palabras. Debes tener una idea clara y disponer de músicos capaces para realizarla. Involucrarse completamente y dejar el ego a un lado. Abrirse a la energía que te aporta una orquesta para poder gestionarla.

La dirección orquestal consiste en lograr el mayor poder expresivo con autenticidad”.

P. A usted también le interesa ahondar en su relación con el público. Y ha desarrollado esta temporada, en Berlín, nuevos formatos de concierto, como los llamados Expeditionskonzerten (Conciertos de expedición). ¿Cuál es su objetivo?

R. Los conciertos de expedición los empecé hace ya diez años en Érfurt. Partieron de mi intención de acompañar al público, pues cada concierto pasamos por composiciones que podemos ver como una aventura y un viaje. También los hice en Núremberg y ahora los he traído a Berlín.

P. Hablamos de conciertos de una hora y media centrados en una obra muy conocida (la Sinfonía Italiana de Mendelssohn, La consagración de la primavera de Stravinski, etc.), donde toca el piano, explica la música e ilustra sus comentarios con la orquesta. Y, al final, interpreta completa la obra explicada.

R. Es una forma de combatir el miedo que tienen algunas personas a venir a una sala de conciertos. Piensan que no saben lo suficiente, que no podrán valorar lo que van a escuchar. Pero no tienen que saber nada, tan solo venir y dejarse llevar por la música. Aspiro a que nuestro público sea más curioso y abierto a la experimentación. Tenemos un montón de nuevos espectadores, pero también vienen los habituales que de alguna manera descubren algo diferente.

P. Como directora de tradición germana, me sorprende que nunca haya dirigido una sinfonía de Anton Bruckner.

R. Necesito sentir que es el momento correcto para cada obra. Y con Bruckner todavía no me ha pasado. Quizá suceda en el futuro. No descarto nada.

P. Pero tengo entendido que una de las partituras que más ha estudiado es la ópera Tristán e Isolda, de Richard Wagner, que tampoco ha dirigido nunca.

R. La estudié día y noche sin descanso. Y fue como un dulce envenenado que no podía parar de comer. Me gustaría dirigirla dentro de algunos años cuando tenga una vida más relajada, pues esta pieza es un monstruo. Te vuelve irracionalmente loca.

P. Ha centrado su debut discográfico en Deutsche Grammophon en las composiciones más berlinesas y europeas de Kurt Weill, con sus dos sinfonías y Los siete pecados capitales, su última colaboración con Bertolt Brecht. ¿Qué le atrae de la música de Weill?

R. Weill ha conseguido algo reservado a los grandes compositores: tener un sonido reconocible. Cualquier cosa suya que escuches tiene un borde armonico y una articulación inconfundibles. Pero también es una música áspera y honesta que representa la rapidez, modernidad y melancolía del Berlín de la República de Weimar, con ese trauma reciente de la Primera Guerra Mundial y la sensación de lo que vendría después. Se puede comprobar en el primer movimiento de la Sinfonía núm. 2, que es una obra maestra, donde escuchamos esas líneas cantables con ritmos afilados por debajo donde las notas parecen tener dientes.

P. La próxima temporada tendrá varios debuts importantes, como la Metropolitan Opera de Nueva York o la Filarmónica de Berlín. Pero también, en octubre, con la Orquesta Nacional de España, donde dirigirá un programa similar al de Berlín con la obertura de Guerra y Paz, de Prokofiev, la sinfonía de Matías el pintor, de Hindemith, y La valse, de Ravel. ¿Qué conexión tienen estas piezas?

R. Son obras donde la historia y la sociedad se reflejan en el arte. En la sinfonía de Hindemith aparece el artista frente a la represión y en Ravel las traumáticas experiencias de la guerra. En Prokofiev el tema es el mismo. Me interesa apelar al poder mágico de la música para guiarnos en tiempos difíciles y acercar al público a emociones de diferentes épocas, ya sean de 100 o 200 años atrás o incluso con el futuro. Son tres obras que conectan personas y cuentan historia sobre personas.

Me interesa apelar al poder mágico de la música para guiarnos en tiempos difíciles y acercar al público a emociones de diferentes épocas, ya sean de 100 o 200 años atrás o incluso con el futuro”.

P. Esta temporada ha pasado desde Núremberg a Berlín, como titular de la Konzerthausorchester, una ciudad con siete grandes orquestas y tres teatros de ópera, donde trabajan colegas como Kirill Petrenko y Christian Thielemann. ¿Cómo ha sido el cambio y qué relación tiene con sus colegas?

R. Me encanta estar en Berlín, y participar un poco en su increíble vida musical. Es una ciudad maravillosa donde tienes cosas únicas y también mucho donde elegir. Y conozco personalmente tanto a Petrenko como a Thielemann y los admiro mucho. He estado en conciertos de ambos y cuando Petrenko dirigía la Ópera Estatal de Baviera fui muchas veces a ver sus ensayos.

P. Ha confesado que es usted una persona muy privada a la que intimida una sala llena de gente. Pero su trabajo le ha llevado a una importante exposición pública. Comenzó esta temporada apareciendo en vallas publicitarias por todo Berlín y el documental que ha filmado Günter Atteln sobre usted se exhibe en decenas de cines de toda Alemania. ¿Cómo compagina algo así?

R. Siempre es estresante la exposición pública, pues soy una persona de naturaleza introvertida y reflexiva. Pero eso es bueno para una directora de orquesta. Mi labor principal consiste en estudiar partituras en soledad, leo música durante muchas horas en silencio y todo sucede dentro de mi cabeza. Y, al mismo tiempo, mi trabajo implica estar en espacios enormes con muchas personas. Pero me ayuda mucho la energía del público. Intento interiorizarla y trato de conectarla con la música. Es una experiencia increíble, pero al final siempre termino agotada.

P. ¿Ha visto el documental?

R. Sí, por supuesto. Günter Atteln es un director de cine que conozco bien y confío mucho en su trabajo. Por eso ha sido posible que me acompañara durante tres años con su cámara.

P. ¿Y la películar? A comienzos de la temporada, las comparaciones (completamente erróneas desde mi punto de vista) entre usted y la protagonista del filme de Todd Field fueron muy numerosas.

R. Cate Blanchett me parece una gran actriz y siempre me han dicho que nos parecemos un poco en el pelo. Pero no he podido ver todavía la película.

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