Berlín ha vuelto a tener Palacio Real. Bombardeado por los aliados y derribado por la RDA, fue reconstruido por orden de Angela Merkel y ahora reluce con el esplendor de la obra nueva en el centro de la capital en estos días de bochorno y Eurocopa, del mismo modo que Niclas Füllkrug ha vuelto a crecerse en la punta del ataque de Alemania como los viejos delanteros-tanque que se resisten a la extinción, víctimas de unos espacios cada vez más estrechos y de compañeros que prefieren no colgar centros como antaño.

“Me irrita”, dice Pierre Litbarsky, campeón del mundo con Alemania en 1990, en una entrevista al Süddeutsche Zeitung; “ver jugadores que regatean en diagonal hacia adentro a pesar de tener una buena posición de centro desde la banda. A veces pienso: ‘Podrías facilitarte mucho las cosas con un centro desde el mediocampo’. Pero hay que tener en cuenta que hace tiempo que no desarrollamos ningún nueve clásico. Ahora por suerte tenemos a tenemos a Füllkrug”.

La nostalgia es la tónica general en un torneo donde los italianos echan de menos el contragolpe y Roberto Martínez no sabe cómo revivir a Cristiano, al que le siguen colgando centros a discreción sin que logre cabecear ni uno a gol. Portugal es, con mucho, la selección que más centros a la olla metió, un total de 66 en jugada. Un esfuerzo contracultural en la Eurocopa que menos centros registra desde que se empezaron a recoger los datos en 1980. Hoy los equipos prefieren atacar con pases interiores: siguen, a duras penas, la corriente del Manchester City.

España, Austria, Italia, Inglaterra, y Alemania hasta que cambió el registro con Füllkrug en el último partido, fomentan el empleo de laterales, extremos, mediapuntas y centrocampistas que se meten por dentro en un intento de alcanzar la portería contraria por la vía más compleja, mediante los pases interiores, las paredes, las dejadas y los pases al espacio. Al cabo de 30 partidos disputados la tendencia es un hecho: según Opta, desde la edición de 1980, el registro del promedio de centros por partido declina: 9, 14, 10, 11, 10, 11, 12, 10, 9, 10, 8, y 8.

“A mí no me gusta que mis equipos cuelguen centros”, dice Ralf Rangnick, entrenador de Austria, revelación del campeonato, “porque esos lanzamientos son cada día más fáciles de defender por los rivales. Los centrales hoy despejan prácticamente todo. A mí me gusta que mis jugadores den pases interiores o hagan como hizo Grillitsch en el 2-2 a Países Bajos, que levantó la pelota dentro del área para que Schmid remate en el segundo palo”.

“Ping-pong”

Como España, Austria puede permitirse atacar por dentro porque gran parte de sus jugadores están adiestrados para hacerlo. Se han pasado la vida a las órdenes de Rangnick practicando juntos en las escuelas del Salzburgo y el Leipzig. Los italianos lo intentan con todas sus fuerzas pero el resultado es irregular. “Hemos fallado muchos pases”, repitió Jorginho, después de decir lo mismo al cabo de caer 1-0 ante España. Los periodistas italianos se alarmaron: “¿Nos faltará calidad?”. Luciano Spalletti, el seleccionador, procuró ser académico para explicarles que el fútbol se ha complicado: “Hace unos años podías pasarte el partido metido en tu área esperando la contra. Hoy es muy difícil porque todas las selecciones tienen jugadores que manejan todos los registros y ya no los sorprendes. Hace falta hacer más”.

“En todos los partidos se producen situaciones apretadas, de ping-pong, de juego sucio”, dice Spalletti, que apunta a la revolución que genera la presión tras pérdida. “Pelota mía, pelota tuya, pelota de nadie… Se crean duelos en los que hace falta limpiar la pelota para poder entregarla con tiempo a un jugador que pueda pensar más. No se trata de técnica. Se trata de experiencia en el juego bajo presión”.

Los espacios se ha reducido tanto que también los regates se han convertido en una herramienta poco útil si los regateadores además no dominan el arte de la asociación. Si en la Eurocopa de 1980 se intentaron 57 gambetas por partido de media, y en 1992 se alcanzó un pico de 60, ahora el promedio es de 29,6, solo superior a los 27 de la Eurocopa de 2012.

La única variable que aumenta es el pase. Los equipos dan una media de 200 pases más por partido que hace dos décadas y los remates a puerta siguen esparciéndose. Si hace 20 años se superaban los nueve tiros de media por encuentro, ahora rara vez se alcanza esa cifra. Inglaterra lo ha sufrido especialmente. Su capitán, Harry Kane, lo achacó a la incapacidad del equipo para adaptarse a la presión y la contrapresión. “Hemos jugado contra defensas de tres y no sabíamos cuándo saltar a la presión”, dijo. “Eso nos hizo perder confianza cuando teníamos la pelota, porque nos veíamos corriendo todo el tiempo fuera de sitio. Pero no es momento de entrar en pánico”.

Inglaterra y Francia, las selecciones de Kane y Mbappé, de entre los mejores delanteros del continente, apenas han metido tres goles en seis partidos, si se descuentan tantos en propia meta. Al seleccionador de Francia no le preocupa que en lo que va de Eurocopa se hayan marcado menos goles de media que la pasada: 2,12 por 2,5 por partido. “Solo nos faltó eficacia, pero lo importante, que es defender, lo hemos hecho bien”, dice Didier Deschamps, fiel a su viejo discurso.

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